En una sombría mañana de sábado de mayo pasado, unos meses después de que cuadras enteras de Altadena, California, fueran destruidas por incendios forestales, varias docenas de sobrevivientes se reunieron en una iglesia local para desahogar su frustración, ira, culpa y angustia acumuladas.
Se ha convertido en una perogrullada que los hechos por sí solos no cambian la opinión de las personas. Quizás en ninguna parte esto sea más claro que cuando se trata de teorías de conspiración: mucha gente cree que no se puede disuadir a los conspiradores de sus creencias.
El momento fue inquietante.
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Como muchas teorías pioneras expuestas a la fría luz de la retrospectiva, la de Hofstadter tiene fallas y puntos ciegos. Su descuido clave fue restar importancia al papel del estilo paranoico en la política dominante hasta ese momento y subestimar su potencial para extenderse en el futuro.